Hoy, 1 de abril, conmemoramos a San HUGO de GRENOBLE, Obispo.
SAN HUGO DE GRENOBLE (1053-1132) nació en el seno de una familia noble de Châteauneuf, cerca de Valence, en la actual Francia. Desde niño su madre lo educó para una vida de abnegación, ayuno y oraciones.
Su precocidad se mostró al recibir a corta edad la orden sacerdoticia en la catedral de Valence. En parte por su celo y eficiencia, y en parte por cierta cercanía con quien habría de ser electo Papa Gregorio VII, Hugo es nombrado Obispo y asignado a la difícil diócesis de Grenoble.
A sus 27 años, San Hugo no sólo era demasiado joven para ostentar un cargo de tal dignidad (como opinaban otros e incluso él mismo), sino que tampoco era una labor a la que se sintiera llamado vocacionalmente. Él quiso rechazar el nombramiento, pero el Papa estaba decidido.
En Grenoble San Hugo encuentra un panorama desolador. La simonía, o sea la compra y venta de bienes eclesiásticos, era una cuestión cotidiana; en la ciudad abundaban los usureros, los sacerdotes con concubinas, la ignorancia y la codicia, e imperaba una moral muy baja.
Tras dos años de lucha infructuosa, se da por derrotado y se retira a una abadía benedictina, lo cual acaso, habría sido su verdadero sueño. Sin embargo, después de un par de meses recibe la orden categórica de Gregorio de regresar a Grenoble a cumplir sus obligaciones.
Así lo hace, con humilde obediencia. En 1084, a causa de un sueño revelador, le ofrece a San Bruno, quien había sido su maestro, el sitio ideal para edificar su Gran Cartuja, un importante monasterio.
A la muerte de Gregorio, Hugo intenta renunciar al obispado con cada sucesivo papa. Transcurren seis pontificados más: los de Víctor III, Urbano II, Pascual II, Gelasio II, Calixto II y Honorio II. No obstante, todos ellos lo mantuvieron en su cargo.
Pasaron así 52 años. Para entonces se percibía ya un notable cambio positivo en la vida pública y religiosa de Grenoble, gracias sobre todo a la vida ejemplar de San Hugo.
Todavía le tocó al santo recibir antes de su muerte a otro Papa, Inocencio II, quien tampoco le aceptó la renuncia, pero lo canonizó en 1134, apenas dos años después de haber fallecido.
SAN HUGO DE GRENOBLE nos enseña el valor de la obediencia debida y de la cristiana resignación.
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